DISCURSOS QUE CAMBIARON EL MUNDO: Susan Anthony
Aunque es sabido que han sido muchas las mujeres que han participado activamente en la toma de decisiones políticas, sociales y económicas desde el inicio de la historia, no fue hasta el siglo XX cuando adquirieron el derecho a votar a los cargos públicos. Algunas de las principales abanderadas del sufragismo fueron Susan Anthony, Emmeline Pankhurst, Emily Davison, Concepción Arenal y Rosa Luxemburgo, entre otras.
La sufragista Emmeline Pankhurst arrestada por protestar ante la falta de derechos civiles de las mujeres frente al Palacio de Buckingham, en Londres, Inglaterra.
¿Son personas las Mujeres?
Cuando en junio de 1873, Susan Brownell Anthony fue Juzgada por intentar votar en las elecciones de su país, Estados Unidos, el abogado que presentó su defensa se acogió a la Decimocuarta Enmienda a la Constitución de los Estados Unidos, ‘Enmienda XIV’, que incluye la Cláusula de Protección Igualitaria, por lo que legalmente se le permitía votar. El juez declaró que no podía invocar dicha enmienda. Luego, preguntó a la acusada si tenía algo que decir antes de que fuera pronunciada la sentencia. Su respuesta ha pasado a ser uno de esos discursos célebres de la historia que han hecho de este un mundo mejor.
“Sí su señoría, tengo muchas cosas que decir: Amigos y conciudadanos, me presento aquí esta noche acusada del supuesto delito de haber votado en la reciente elección presidencial sin tener el legítimo derecho para hacerlo. Será mi tarea de esta noche probarles que con ese voto, no sólo no cometí una ofensa sino que simplemente ejercité mis derechos de ciudadana, que se me garantizan a mí y a todos los ciudadanos de los Estados Unidos en la Constitución Nacional y que ningún Estado tiene el poder de negarlos.
El preámbulo de la Constitución Federal dice: “Nosotros, el pueblo de los Estados Unidos, para formar una unión más perfecta, establecer la justicia, asegurar la tranquilidad doméstica, proveer la defensa común, promover el bienestar general y proteger los beneficios que otorga la libertad para nosotros y para nuestra posteridad, ordenamos y establecemos esta Constitución para los Estados Unidos de América». Era nosotros, el pueblo; no nosotros, los ciudadanos blancos de sexo masculino; tampoco, los ciudadanos de sexo masculino; sino nosotros, todo el pueblo que forma esta Unión.
Y la formamos, no para entregar los beneficios de la libertad sino para proteger los beneficios de la libertad; no para la mitad de nosotros y para la mitad de nuestra prosperidad sino para todas las personas tanto mujeres como hombres. Y es una burla descarada hablarle a las mujeres del placer de los beneficios de esa libertad cuando se les niega ejercer el único recurso que los garantiza y que este gobierno democrático ofrece: el voto.
Para cualquier estado el convertir el sexo en un requisito que siempre debe resultar en privar de derecho al voto a la mitad de la población, es como promulgar una ley ex post facto y, por lo tanto, es una violación de la ley suprema de la tierra.
De esta forma los beneficios de la libertad son retirados para siempre de las mujeres y de la posteridad femenina. Para ellas este gobierno no tiene ningún poder legal que deriva del consentimiento de los gobernados. Para ellas este gobierno no es una democracia. No es una república. Es una aborrecible aristocracia: una odiosa oligarquía de sexo; la más aborrecible aristocracia alguna vez establecida en la faz de la tierra; una oligarquía de riqueza, en donde los ricos gobiernan a los pobres. Una oligarquía de conocimientos, en donde los educados gobiernan a los ignorantes, o, incluso, una oligarquía de raza, en donde los sajones gobiernan a los africanos, podría durar.
Pero esta oligarquía basada en el sexo, la cual convierte a los padres, a los hermanos, a los maridos, a los hijos varones en oligarcas sobre las madres, las hermanas, las esposas y las hijas en cada uno de los hogares que establece que todos los hombres son soberanos y todas las mujeres súbditos acarrea disensión, discordia y rebeldía en cada uno de los hogares de la nación.
Webster, Worcester y Bouvier, todos definen al ciudadano como una persona que en los Estados Unidos tiene derecho a votar y a ocupar un cargo público. La única pregunta que queda ahora por formular es: ¿son personas las mujeres? Y yo no puedo creer que algunos de nuestros oponentes tenga la audacia de decir que no». A propósito de esta lectura, también el próximo 20 de mayo iremos a las urnas, y, aunque el derecho a votar de las mujeres es evidente y comprobable, yo me pregunto: ¿cuántas mujeres no podrán ir a votar por hacer perdido el derecho a la dignidad o la vida?».
Un siglo después de conseguir el derecho al voto en numerosos países, las mujeres todavía tienen que reivindicar otros derechos, algunos económicos, otros sociales, otros familiares. La revolución por que se acepten todos los derechos que corresponden a las mujeres no ha hecho más que empezar.
Artículo publicado en la revista Punto y ComaLa-revolución-inacabada
Susana Santolaria de Castro
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